Malena, una vida hervida

Cuando llego a mi casa un jueves como este: de noche, con lluvia y con mucho frío, me acerco a la heladera y como los fideos fríos que sobraron de la noche (sin salsa ni mucho menos), me acuerdo de un extracto que tuve que analizar para una prueba de Literatura en el colegio. Era de esta mujer, Malena, que tenía una vida horrorosa y triste y fría y, a veces, desagradable. Claro, era un extracto corto, así que no podía contar tantas cosas, pero se daba a entender con el mensaje.

Cuando llego a mi casa en días como hoy, no me pregunto si yo no seré un poco como Malena, con una vida hervida, insulsa. Si no tendrá algo de todo eso mi vida, de esa falta de vitalidad. Me siento sola, sin importancia. Siento como si todo lo que pasó en el día fuera lo más circunstancial del mundo y lo menos trascendente, que no me ayudó a crecer, ni ayudó al mundo, ni a mi vida, ni a mi destino, ni al de nadie. Que no me hizo más feliz y que, al fin y al cabo, termina el día y la conclusión soy yo comiendo fideos fríos del bowl (o coso ese) en la cocina con mi perra semi-dormida en la cucha calentita recién comprada.

Como cualquier obra de literatura, está la conclusión, que no es sino el resultado de un desarrollo, un resultado que no es sacado de la galera, un resultado lógico. Así, entonces, el resultado lógico de mi día es ese: yo comiendo los fideos fríos, yo sola comiendo los fideos fríos.

Últimamente, no entiendo por qué, tengo la necesidad de escribir muchísimas cosas. Escribo acá, en el otro blog, en un cuaderno y escribo hasta en terapia. Siento que tengo todas estas cosas para decir y no puedo y las escribo. Si fuera escritoria, creo que esta sería mi época más productiva y donde escribiría mis mejores novelas. Pero no, soy una Malena más en el mundo.